El 30 de octubre es una fecha marcada en rojo en el calendario argentino, pues se conmemora 40 años de un hito trascendental en la historia del país. En 1983, después de siete años y meses de una férrea dictadura militar que dejó una profunda herida en la nación, los ciudadanos argentinos se unieron en las urnas para recuperar el ansiado ejercicio de la democracia.
Raúl Alfonsín, figura de la Unión Cívica Radical, se erigió como el líder que habría de guiar a la nación hacia una nueva era de libertades y derechos. Tras su victoria, Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de ese mismo año, marcando el inicio de un proceso de reconstrucción y sanación para la sociedad argentina.
La recuperación de la democracia no fue solo un cambio de gobierno, sino la restauración de los pilares fundamentales de la República. Se trató de un renacer que devolvió a la ciudadanía la plena vigencia de la Constitución, la garantía de las libertades públicas, el respeto al estado de derecho, la tolerancia política y, sobre todo, la protección inquebrantable de los derechos humanos.
En 1983, la sociedad argentina forjó un pacto que excluyó la negación y el exterminio del otro como prácticas válidas. En este tejido de organización, el estado se erigió como el guardián de los derechos, un rol vital ya que la esencia de la democracia radica en el respeto y la dignidad del pueblo.
El término “democracia” no es solo una palabra, es un principio que defiende la soberanía del pueblo y el derecho inalienable de los ciudadanos a elegir a sus representantes. Es por esto que el día de la recuperación de la democracia no es solo una celebración, sino un llamado a la reflexión sobre la importancia de este acontecimiento, su preservación y consolidación en el corazón de la sociedad argentina.