Proyectar cómo será la economía en 2020 es particularmente difícil porque no sabemos qué programa económico adoptará el gobierno entrante.
Se pueden plantear dos escenarios muy diferentes entre sí; uno pesimista y otro optimista. El punto de partida es el mismo:
Luego del estancamiento que se observa en la actividad económica entre 2011 y 2018, se produjo este año una caída del PIB adicional, en parte explicada por la reducción desde comienzos de año de más de 20% en los préstamos en pesos (medidos en moneda constante) y en dólares.
Ese “credit crunch” obedece a una pérdida de confianza que comenzó ante la falta de reacción de la economía al programa económico diseñado por el gobierno actual; pero se aceleró a partir de propuestas económicas poco consistentes de la coalición que finalmente resultó electa a finales de octubre. La desconfianza se tradujo en una reducción importante en los depósitos en moneda nacional y extranjera, que son la materia prima necesaria para que pueda haber préstamos.
El déficit externo que era 3% del PIB en 2015 y se encaminaba a 6% del PIB en 2018 se eliminó por la vía más traumática: un receso y devaluación que redujeron las importaciones. Pero eso ya está hecho.
Un déficit fiscal medido como porcentaje del PIB que es un tercio menor que el que existía en 2015, pero que no cuenta con financiamiento voluntario o de los organismos multilaterales, significativo.
Una elevada inflación generada por una caída enorme en la demanda de pesos y un nivel de pobreza elevado.
En el escenario optimista el gobierno entrante logra reducir sustancialmente la desconfianza, ello le permite recuperar el nivel de monetización de la economía (ergo se puede emitir algo más que la tasa de crecimiento del PIB nominal y el BCRA “cobra” señoreaje) y eso da tiempo para que el resultado fiscal primario mejore, reemplazando impuesto inflacionario por ahorro primario genuino.
En el escenario pesimista la desconfianza se agrava y los depositantes y ahorristas siguen huyendo de activos argentinos. Por el control de cambios ello no impacta de manera inmediata en las reservas del BCRA, pero se refleja en una brecha cambiaria elevada que más tarde o más temprano impacta en los precios y en el superávit comercial declarado a la autoridad monetaria.
En el mejor escenario la economía comienza a recuperarse a mediados del año próximo, en el peor el receso se prolonga y la inflación se acelera.
La renegociación de la deuda es un capítulo más de esta saga. La evidencia empírica muestra que los países que encararon una negociación “amistosa” con los acreedores (se evita el default mientras se negocia, las quitas en valor presente son inferiores al 30%) recobraron el acceso al financiamiento voluntario más rápido y a tasas de interés mucho más bajas que los países que optaron por una negociación más agresiva. Recordemos que desde los canjes de 2005 y 2010 a hoy se produjeron algunos cambios relevantes: la introducción de Cláusulas de Acción Colectiva es un mejor punto de partida para el país deudor porque limita el daño que pueden hacer los fondos buitres, pero desde el fallo de 2012 quienes no acuerdan saben que la opción de litigar en Nueva York a la larga resulta en un cobro pleno de las sumas adeudadas.
Un programa económico consistente abre el camino para un escenario optimista que requiere de una negociación amistosa de la deuda con el sector privado. Ello sería más fácil de lograr si se renegocia también el acuerdo con el FMI y la Argentina encara algunas reformas estructurales.
La clave para que ese programa funcione pasa por la consistencia entre la política monetaria y fiscal que deben calibrarse para lograr reducir la inflación el año que viene al mismo tiempo que se evita atrasar el tipo de cambio real. Y requiere además resolver los problemas sectoriales aplicando buenas prácticas regulatorias y no “regalos” desde un erario público que está exhausto.
En definitiva se trata de convencer a los ahorristas argentinos que las inversiones en pesos no serán castigadas por tasas reales negativas, que las que se hagan en dólares no serán “manoteadas” por el Estado y que ambas no serán “expropiadas” por aumentos de impuestos extravagantes o por regulaciones que “hundan” los precios de venta en el mercado doméstico de productos exportables.
Y la mejor forma de despejar esas dudas es con un programa fiscal muy austero que permita visualizar con claridad cuándo y cómo se logrará un superávit fiscal primario que elimine el déficit global. La disciplina por el lado del gasto es crucial como señal. Las consolidaciones fiscales importantes como la que requiere la Argentina son más creíbles y duraderas cuando se logran por el lado del gasto. Así lo hicieron Uruguay y Ucrania, dos casos recientes de renegociación exitosa de la deuda pública.