En una entrevista que ha desatado fuertes opiniones y críticas, la diputada kirchnerista Natalia Zaracho ha abierto un debate candente sobre los requisitos académicos para ocupar un cargo en el Poder Legislativo. Zaracho, conocida por ser la primera cartonera en tener una banca en el parlamento, ha estado en el centro de la escena en diversas ocasiones, y sus últimas declaraciones han reavivado la discusión sobre la formación de los dirigentes políticos y la flexibilidad de los criterios de acceso.
La legisladora, quien ya fue objeto de escrutinio público durante el debate sobre la fracasada ley ómnibus, ha revelado ahora que solo completó la educación primaria “un año antes de asumir como diputada”. Su formación se llevó a cabo a través de estudios nocturnos, pero lo más llamativo fue su sinceridad al admitir: “No me gusta estudiar, me cuesta mucho sentarme y quedarme quieta mucho tiempo en un lugar”.
Este nuevo capítulo en la polémica que la rodea, ha avivado las llamas del debate sobre la idoneidad de los representantes políticos en el Congreso. La diputada, que ha enfrentado críticas previas por su falta de tiempo para abordar propuestas gubernamentales extensas, ahora se encuentra en el centro de un intenso escrutinio público por su falta de educación secundaria y su aversión al estudio.
En un contexto donde la educación y la formación académica suelen ser aspectos destacados en los perfiles de los legisladores, la confesión de Zaracho ha despertado opiniones divididas. Mientras algunos argumentan que la experiencia en el ámbito legislativo es valiosa independientemente de la educación formal, otros insisten en la importancia de contar con representantes plenamente capacitados y educados.
Este nuevo episodio en la trayectoria de Natalia Zaracho plantea preguntas fundamentales sobre los estándares que deben cumplir los legisladores y la relevancia de la formación académica en el desempeño de sus funciones.