OBISPADO DE SAN FRANCISCO, ENTRE TODOS CUIDAMOS LA VIDA
Carta Pastoral del obispo de San Francisco , 17 de marzo de 2020 A los fieles católicos de la Diócesis de San Francisco.
Hermanos:
Nuestro país ha comenzado a vivir la crisis sanitaria por la pandemia del COVID-19. ¿Cómo vivir
esta situación inesperada como discípulos de Cristo?
Les propongo dos relatos evangélicos que iluminen e inspiren nuestra respuesta. El primero es la
narración de la tempestad calmada por Jesús: “Tranquilícense, soy yo, no teman” (cf. Mc 6, 45-
52). El segundo es la parábola del Buen Samaritano, con su invitación a hacernos prójimos de
nuestros hermanos heridos (cf. Lc 10, 25-37).
- No temamos reconocer que tenemos miedo. Tanto si lo negamos como si nos dejamos
ganar por él, terminamos perdiendo el control sobre nosotros mismos. Por eso, sintamos que Jesús viene a nosotros en medio de la tormenta. Con él, miremos a la cara los miedos que nos agitan y dejemos que su Presencia nos pacifique, liberándonos de toda ansiedad y angustia. - Jesús está. Su promesa es de fiar: no nos faltará su Presencia y la gracia de su Espíritu para vivir su Evangelio, creciendo como personas y como cristianos, en toda situación difícil. Más que nunca ahora, nuestra oración confiada ensanche nuestro deseo de estar con Él.
- Sin programarlo así, nos encontramos viviendo un inesperado “ayuno de Eucaristía”. Sé
que a todos nos duele no poder participar de la mesa eucarística, sobre todo, en el Día del Señor. Tal vez esta situación inédita nos ayude a valorar mucho más el inestimable don de la Eucaristía. - La creatividad de nuestras comunidades se ha hecho notar rápidamente: celebraciones
transmitidas por las redes, catequesis y otros recursos pastorales comunicados por diversas vías virtuales. Los aliento a seguir desarrollando esta creatividad que nace del corazón que ama a Jesús y quiere comunicar su Evangelio. Más que nunca, en esta hora, estamos llamados a consolar, animar, fortalecer y llevar esperanza a nuestros hermanos. - Tenemos la oportunidad de vivir intensamente lo que tantas veces predicamos: cada
hogar es una “Iglesia doméstica”. Este es tiempo para permanecer en casa. Aliento a padres y madres de familia a vivir su ministerio anunciando la Palabra, celebrando la fe y animando a todos a vivir el Evangelio de Jesús. La lectura orante de la Escritura, la celebración de la Liturgia de las Horas (fácilmente accesible por Internet), la catequesis en familia, son recursos que nos han de ayudar a vivir este momento, fortaleciendo así la alegría del amor en familia. - En la medida de sus posibilidades, y cuidando las normas de higiene que recomiendan las autoridades sanitarias, las comunidades cristianas traten de tener abiertos los templos, al menos algunas horas al día. De todas formas, y siguiendo el consejo del Señor al inicio de la Cuaresma (cf. Mt 6, 16-18), cada uno de nosotros está invitado a entrar en lo más secreto de su habitación y, allí, orar al Padre que ve en lo secreto. Sentimos todos la urgencia de orar más intensa y fervorosamente en este tiempo. Juntos pidamos la gracia de ser fieles y dóciles al Espíritu para cumplir nuestro deber y, sobre todo, ayudar a nuestros hermanos.
- Como enseñaba sabiamente Benedicto XVI en su encíclica “Dios es amor”: “El programa
del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia.” (nº 31).
OBISPADO DE SAN FRANCISCO - Este es el programa que les propongo para este tiempo. Las disposiciones que acabo de
hacer públicas se inspiran y traducen esta mirada que nace del corazón compasivo que se hace prójimo de todo hermano o hermana que sufre o está en situación de riesgo. Hay muchas personas solas en nuestras comunidades. Estemos atentos a sus necesidades, para acudir en su ayuda, con los debidos recaudos del caso. - Las disposiciones drásticas que estamos tomando tienen un profundo sentido solidario:
cuidarnos para cuidar a la población más vulnerable y en situación de riesgo. Seamos
responsables. Tenemos que obedecer escrupulosamente lo que disponga la autoridad pública que tiene la grave misión de velar por el bien común en estas situaciones de crisis. - Así como tenemos que tener en el corazón a nuestros hermanos más vulnerables, también los invito a cuidar a quienes nos cuidan. Me refiero a los agentes de salud que están afrontando en primera línea este desafío para todos. No está de más recordar que, además de sus deberes, ellos son como nosotros, hombres y mujeres con familia, sentimientos y necesidades. No los exasperemos con nuestros reclamos. Seamos prontos para comunicar si aparecen síntomas de la enfermedad, pero también para no obstaculizar su trabajo. Sostengámoslos con nuestra oración y apoyo afectivo.
- Tenemos que cuidarnos para no contraer la enfermedad y no ser causa de contagio para otros. Esto significa que tenemos que prepararnos para renuncias que pueden ser significativas en nuestro estilo de vida. Aunque dolorosas, animados por el amor del Buen Samaritano, sabemos que redundan en beneficio de todos. Ayudémonos unos a otros, especialmente cuando nos cueste más sobrellevar estas situaciones. La cercanía fraterna de la que tanto hemos hablado se vive así con especial intensidad.
- Por último, tanto la Caritas diocesana como las parroquiales, habida cuenta de las
posibilidades reales que se tengan, han de procurar estar atentas a las necesidades de los más pobres. Nos iremos organizando para ello, día a día.
Queridos hermanos: me ha parecido importante acompañar las disposiciones disciplinares con
estas reflexiones surgidas del corazón de un pastor.
Encomendémonos unos a otros a la intercesión de la Santa Madre de Dios. Acudo a la Virgencita
que, en su Santuario de Villa Concepción acoge siempre nuestras oraciones y ruegos.
Aún desde la distancia, dejémonos acariciar por su mirada materna. Ella nos sigue enseñando a
cuidar y defender la dignidad de la vida, especialmente si amenazada y frágil.
Con mi bendición,
- Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco